El viejo truco del café en mi casa

Esta bien, confieso que quería ver otra vez a este amigo bailarín.  La excusa fue invitarlo a un café en mi casa, el que nunca llegamos a beber.

Por el contrario nuestros labios encontraron nuestra charla y piel.  Con ternura jugamos varias horas, nos bañamos luego y no puede evitar esconderme en sus cabellos, negros. Sus ojos oscuros, bellos, siempre me han inquietado, parecen tener más preguntas de las que suelo responder. 

Intuí su búsqueda en sus silencios.  Tocarnos fue una premonición de tormenta, llenarme de su imagen y bajar a sus infiernos.  Como quién espera la primera luz del amanecer.










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