Sus manos


La segunda noche que estuve en casa de mis padres, en Cobán hace varios años, pregunté a mi madre “¿Porqué están tus manos tan lastimadas?”.  Me mostró las laceraciones en tres dedos de su mano, que coincidieron con los mismos en la otra, cuando las extendió.  Una reacción alérgica que al tacto se sentía como una lengua de gato al tacto.

“Un naturista dice que  porque el cuerpo saca las penas que uno no puede resolver, pasa”, dijo ella.  “¿Qué te preocupa?”, pregunté sin pensar mucho. “Vos… creo que tengo alguna culpa.  Decime si algo pasó cuando era niño con los maestros de la escuela, si alguno te hizo algo”.  Se refería a si alguien me había tocado abusivamente cuando niño, justificando mi identidad sexual actual.

Recordé a Jodorwsky y sus ideas sobre las respuestas encerradas en el problema.  La liberación llegando mediante acciones sencillas pero simbólicas.  Busqué en mi mente una respuesta espontánea y me agaché hacía ella.  Tomé sus manos y la obligue a colocarlas sobre mi rostro.  Busqué sus ojos y dije “Na Hirma… Nada pasó. Estoy bien, quiero que entendas que no podemos cambiar lo que ocurre.“

Me atravesó con su mirada y una sonrisa se dibujó.  La emoción la innundó de pronto. Juntó su frente con la mía y me abrazó.  No era mi madré más, era una niña la que lloraba, de la misma edad que yo, cuando este recuerdo comenzó.  Y hablamos largo esa noche.

Desde entonces solo pienso en sus manos y en como sanaron al mes, luego de meses de estar encarnadas.  Ella repasa cada momento de mi vida, en que sus decisiones pudieron marcar mi camino hacia el cursi arcoiris.  Aún no disfruta de ese filtro en el que la luz y los colores me transforman día a día.   

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